viernes, 21 de mayo de 2010

De canciones

Una y cuarto de la mañana. Los semáforos parpadean su sueño rojo y la gente frena si tiene ganas. La ciudad adormecida va pasando por delante de mis ojos y en la radio suena Filio.
Unas notas llegan a mis oídos y siento electricidad en la punta de los dedos. La voz de Filio comienza a flotar en el aire que me rodea y mi voz se le une con una naturalidad que en otras circunstancias me tomaría por sorpresa.

Hoy la noche me habla de tu piel
y abrazándome está la madrugada...


La canción sale de mi boca como si llevase un siglo anidando en mis pulmones. Canto sin vergüenza alguna y algo se resquebraja en algún lugar impronunciable. Un recuerdo infame clava sus garras en mi y se eleva sin rumbo fijo. ¿De dónde carajo salió? Tiempo y espacio dejan de ser perceptibles y lo que me separa del pasado deparece. El pasado es ahora. Sus ojos me miran. Su cuerpo es parte del infinito azul del mar que contiene su carne.

Ojos verdes, cuánto tiempo te miré,
ojos verdes, del color de la mañana
ojos verdes, no sé si te olvidaré,
y nada.


Nada. Una nada absoluta que se quedó para siempre. Puta canción. Recuerdo las razones por las que aprendí a tocarla en mi guitarra. Recuerdo las tardes de playa que me tatuaron aquella historia sin final feliz. Esto es tan ridículo como cursi. Recordar de forma tan viva algo tan muerto debería ser ilegal. No tengo la fuerza necesaria para sentir asco. Luego recuerdo que recordar es vivir y me abrazo a la bestia que me arrastra al pasado. Vuelvo a mirar aquellos ojos antes de que el final de la canción se los lleve a lo más profundo del archivo una vez más.
Fin del camino. Fin de la canción. Se apaga el televisor de la memoria. Empieza otra canción y mi cabeza hace lo imposible: tarareo una canción que no es la que suena. Me río solo. Ahora tendiendo, otra vez, las palabras de Serrat:

Y nos toma,
nos trae,
nos lleva,
nos hiere,
y nos mata,
tan dulce
y tan ingrata,
una vieja canción.

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